Cuántas veces hemos oído a una pareja lo de somos complementarios,
es mi media naranja, lo que se me da mal a mí lo hace ella/él,
etc. Es bastante frecuente que las parejas se complementen en muchos sentidos y
adquieran roles en los que uno asume unas funciones, actitudes y conductas y el
otro las contrarias -u otras distintas. De este modo, cada miembro de la
pareja asume un papel en el que se especializa y en el que se mantiene
durante la relación. Por ejemplo, uno de ellos asume el papel de cuidador y, el
otro, el de cuidado; responsable y alocado; activo y con iniciativa y
pasivo o que se deja llevar; amante y amado, manitas y manazas…
Visto así no suena mal, ¿verdad? Es práctico, cómodo y deja muy claras las
funciones y deberes de cada uno. Establece unas reglas no explícitas en
la pareja que organizan qué es lo que debe hacer cada uno, qué
responsabilidades debe adquirir y cómo actuar en cada momento. Pero este reparto puede suponer un problema cuando alguno de los dos no
cumple con su papel, ya sea porque no puede o porque ya no le apetece.
Llegado ese caso, pueden suceder dos cosas: o que el otro miembro de la pareja
intente suplir esa función -con éxito o sin él- o que se cree un problema al no
poderse realizar esa función.
Vamos a exponer un caso muy frecuente: en muchas
parejas uno de los miembros es el encargado de cocinar. Si por algún motivo la
persona cocinera tiene que ausentarse del domicilio unos días puede dejar la
nevera llena de tuppers para su pareja… o no hacerlo y provocar que el
otro tenga que cocinar (o bajarse al bar a comer). Esto puede suponer que la
persona no cocinera coma muy mal los días que su pareja esté ausente, que se
deje un dineral comiendo en el bar o que se cree un conflicto de pareja al no
dejar la nevera llena de tuppers (pues se asume que su deber
sería hacerlo). Además, estamos suponiendo una situación provisional… pero
también podría suceder que la persona cocinera se cansase de tener esa
función y quisiese delegarla en su pareja.
Este ejemplo es muy sencillo, pero las repercusiones pueden ser aún mayores
si, por ejemplo, la persona cuidadora cae enferma. ¿Quién la cuidará a ella?
¿Y si la persona detallista y atenta se cansa de no recibir detalles y
atenciones y empieza a reclamarlos? ¿O si la persona encargada de las tareas de
la casa decide que quiere trabajar fuera del hogar? ¿Y si la persona tranquila
y responsable quiere soltarse la melena, dejarse llevar y
despreocuparse?
El tener una pareja que tenga una personalidad y habilidades distintas y/o
contrarias a las nuestras puede servir para, efectivamente, complementarnos,
pero también para enriquecernos y enseñaros. Puede ser una buena idea que, en
vez de acomodarse cada uno en su rol, enseñemos y aprendamos con nuestra
pareja nuevas actitudes, funciones y habilidades. De este
modo, tanto la pareja en sí misma como los dos miembros de la pareja
individualmente se verán enriquecidos, fortalecidos y superados.
Ana Lombardía.
Ana Lombardía.
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